Tantas veces nos dan ganas de salir a recorrer el mundo, que tanto tiene para ofrecernos. Soñamos con ir a Europa y pasar 10, 15, 20, 30 días, 2 meses, 6, uno año recorriendo… viajar a Disney y conocer todos sus parques, o hacer un viaje por las rutas de América en auto, o por qué no, realizar ese ansiado viaje al sudeste asiático. Pero hay momentos en que, por cuestiones muy diversas, nuestro cuerpo nos pide solamente descansar, despejarnos y desconectarnos de absolutamente todo, para encontrarnos aunque sea por un corto tiempo con nosotros mismos.
Visité Costa Bonita por primera vez en Semana Santa del 2010 sin mucha expectativa sinceramente. ¿Qué referencias tenía? Que era un destino de playas pedregosas, muy cercano a Necochea, pero con escaso movimiento, mucho silencio, todas sus calles de arena, casi sin habitantes fijos… el panorama no era el más alentador.

Sin embargo, mientras más fui conociendo este lugar, me fui dando cuenta de algo: la belleza de un destino muchas veces excede a sus atractivos naturales o a lo construido por la mano del hombre. Costa Bonita tiene un atractivo muy difícil de explicar para quien no conoce el lugar. Es, realmente, un oasis de paz y tranquilidad.

La playa está repleta de piedras, y no es el mejor lugar para meterse al mar (para eso, es mejor ir a Aguas Verdes, Quequén o Necochea, todas a unos pocos kilómetros). No hay restaurantes, bares, ni infraestructura hotelera de alta calidad (simplemente unos antiguos edificios con departamentos que se alquilan, y una vieja hostería que ya no funciona como tal).

No hay cines ni teatros. Ni tampoco un supermercado (simplemente, una pequeña despensa atendida por un vecino de toda la vida del lugar). Mucho menos casinos o bingos. Pero puedo asegurar que nada de esto importa.

Auspició esta nota:


En Costa Bonita, descanso de verdad. No recuerdo mis problemas y me desconecto por completo de todo. Unos días de sol en verano, o para dormir unas lindas y reconfortantes siestas en otoño o invierno. O ir a pescar a la escollera. Ver ese antiquísimo barco abandonado que vaya a saber uno cuándo encalló en estas playas. Caminar por las calles vacías viendo esos carteles coloridos con frases que alimentan el alma, ya sea en piedras o en árboles. Subir a la pequeña loma y ver el mar. No hace falta nada más.
- Agustín González Iglesias
- Tourism Experience